El éxodo hacia el oeste

En los años siguientes a la Guerra Civil en 1865, los norteamericanos colonizaron la mitad de la región occidental de Estados Unidos. Los mineros que buscaban oro y plata se trasladaron a la región de las Montañas Rocosas. Los agricultores, incluidos muchos inmigrantes alemanes y escandinavos, se establecieron en Minnesota y en las dos Dakotas. En las planicies de Texas y en otros estados occidentales apacentaban enormes rebaños de ganado vacuno, manejados por jinetes contratados (vaqueros) que pasaron a ser los personajes más célebres y románticos de la cultura de Estados Unidos. La mayoría de esos jinetes habían sido soldados o esclavos sureños, que se habían desplazado al oeste tras la derrota del sur. El vaquero era el héroe de los Estados Unidos: trabajaba largas horas en las vastas llanuras a cambio de un salario bajo. No era tan violento como se lo representó después el cine moderno.
Los colonizadores y el ejército de Estados Unidos sostuvieron batallas frecuentes con los indígenas, cuyas tierras estaban siendo invadidas por la corriente de colonizadores blancos, pero también en este caso se ha exagerado el derramamiento del sangre. Un total de aproximadamente 7.000 blancos y 5.000 indígenas fueron muertos en el curso del siglo XIX. Un número mayor de indígenas murió de enfermedades y hambre causadas por el desplazamiento de los colonizadores hacia el oeste. Los blancos sacaron a los indígenas de sus tierras y acabaron con casi todos los búfalos, que eran la fuente principal de alimento y pieles para las tribus de las Grandes Praderas.Volver al índice
El crecimiento industrial
Durante este período, Estados Unidos se estaba convirtiendo en la potencia industrial más importante del mundo, y hombres de negocios sagaces amasaron grandes fortunas. El primer ferrocarril trascontinental se terminó en 1869. Entre 1860 y 1900 el kilometraje total de vías férreas aumentó de 50.000 a casi 322.000: más que en toda Europa en su conjunto. Para estimular esta expansión, el gobierno federal otorgó préstamos y regaló tierras a los ferrocarriles del oeste.
La industria del petróleo prosperó, dominada por la gigantesca Standard Oil Company de John D. Rockefeller. Andrew Carnegie, quien emigró de Escocia a Estados Unidos sin un centavo, erigió un vasto imperio de fundiciones de acero y minas de hierro que vendió en 1901 por casi US$500.000 millones. En el sur se multiplicaron las fábricas de textiles, y en Chicago y sus alrededores surgieron empacadoras de carne. La industria eléctrica se creó gracias a una serie de inventos: el teléfono, el fonógrafo, el bombillo, las películas animadas, el motor y el trasformador de corriente alterna. En Chicago, el arquitecto Louis Sullivan introdujo la construcción a base de estructuras de acero para dar forma a las ciudades del mundo con una contribución característicamente estadounidense: el rascacielos.
Los estadounidenses del siglo XIX señalaban con orgullo estos logros, y no les faltaba razón. Estados Unidos siempre ha sido hospitalario con los inventores, los experimentadores y los empresarios. La libertad para crear empresas nuevas se debe, en gran medida, a la vitalidad de la economía estadounidense. Pero el crecimiento económico irrestricto creó muchos y muy graves problemas. Algunos negocios crecieron demasiado y se volvieron extremadamente poderosos. La United States Steel Corporation, creada en 1901, era la mayor sociedad mercantil del mundo y producía el 60% del acero de la nación. Para limitar la competencia, los ferrocarriles convinieron en fusionarse y uniformar sus tarifas de embarque. Los "consorcios" (enormes combinaciones de sociedades mercantiles) trataron de establecer un control monopólico sobre algunas industrias, especialmente el petróleo.
Estas empresas gigantes podían producir bienes eficientemente y venderlos a precios bajos, pero también podían fijar dichos precios y destruir a los competidores pequeños. Los agricultores en especial se quejaban de que los ferrocarriles cobraban tarifas altas por transportar sus productos. Entonces como ahora, casi todos los estadounidenses admiraban el éxito en los negocios y creían en la libre empresa; pero también pensaban que el poder de las sociedades monopó1icas debía limitarse para proteger los derechos del individuo.
Una respuesta a este problema era la regulación gubemamental. La Comisión para el Comercio Interestatal se creó en 1887 para controlar las tarifas ferrocarrileras. En 1890, la Ley Antimonopólica Sherman proscribió los consorcios, las fusiones y los acuerdos de negocios''que limitaran el comercio". Inicialmente, ninguna de estas medidas fue muy efectiva, pero establecieron el principio de que el gobierno federal podía regular la industria para bien de todos.

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